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Casos Democráticos: ¿Dónde demonios está Matt?

Publicado por Guillermo Martorell en

Hace dos años, un tal Matt Harding publicó un vídeo en YouTube que causó sensación. Se llamaba “Where the hell is Matt?”, y era tan espectacular como simple en su planteamiento. Matt, un viajero empedernido, se dedicó a grabarse a si mismo en vídeo bailando, de la única forma en que sabe hacerlo, en diferentes puntos del planeta. El montaje que colgó en YouTube encandiló a más de 10 millones de personas.

Al ver el impacto generado por este vídeo, los responsables de marketing de la marca de chicles STRIDE le ofrecieron a Matt pagarle un viaje alrededor del mundo para crear una secuela del vídeo original. A cambio, Matt sólo tenía que incluir al final del vídeo un agradecimiento a STRIDE por haberlo hecho posible. Además, Matt invitó a todos los que le habían mandado emails o habían hecho comentarios en su blog a que bailaran con él. El resultado es al menos tan bueno como el original. Una dosis de buen rollo que nos aporta una visión del mundo vital y reconfortante. Aquí lo podéis ver:

[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=zlfKdbWwruY&hl=en&fs=1]
Este es un caso de cómo se puede hacer un tipo de patrocinio que no se basa en la visibilidad (“quiero que se vea bien mi logo, y me da igual que tape al tío ese que baila”), sino en la asociación de una marca a un estilo de vida, a un tipo de personalidad, o a una emoción.

Aunque la presencia de la marca es muy discreta, la gente es lo suficientemente inteligente como para entender que ésta es la que ha hecho posible que disfruten de un nuevo vídeo. Esto hace que, en su mente, STRIDE se asocie a un conjunto de sensaciones positivas. 

En total, los vídeos de Matt en YouTube han sido vistos más de 20 millones de veces. Esto sin contar con los que se pueden ver desde la web de STRIDE (donde hay una sección dedicada a Matt) y desde otras plataformas. Además, son incontables los blogs en los que se habla de Matt y de su relación con STRIDE.

Este caso demuestra que no es necesario gastarse millonadas en contratar a estrellas de cine o del deporte para lograr la asociación de una marca a unos valores. Podríamos decir que este es un caso de “patrocinio democrático”.


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